jueves, 12 de marzo de 2015

Capítulo 6



Capítulo 6

Haz’ Andräyish


Una dulce y agradable melodía me llegaban a los oídos. Abrí los ojos: los elfos cantaban al unísono, con una animada canción. El bosque parecía rebosar de alegría. Los árboles parecían hasta que bailaban mientras se movían, dejando el claro tal y como estaba la noche anterior. Cuando el cántico cesó, el bosque dejó de moverse y Ashar se dirigió hacia mí.

-          Buenos días, joven príncipe. Uhïandra nos da la bienvenida en este nuevo día, proporcionándonos este delicioso desayuno. –Dijo mientras me ofrecía unas coloridas, pero feas bayas- pruébala, las apareciencias engañan. Estás bayas están infundidas en magia. Saben a lo que más te guste desayunar.

Cogí la baya que me ofreció Ashar y la pegué un bocado. El jugo que salía de su interior, sabía al más rico café que había probado. Quería llevármelas a casa para poder desayunar café, ya que mi madre no me dejaba porque tenía mucha cafeína. 

Mi casa… ¡Se me había vuelto a olvidar! ¿Dónde estará mi madre? ¿Viktor?
Por la noche me dormí tranquilamente pensando que al despertar, volvería a aparecer en la discoteca… pero no… Seguía en aquel extraño mundo… Allösphera.

-          Vamos príncipe. Debemos partir ya para llegar al palacio antes de que el sol llegue a lo más alto del cophelio.
-          ¿Cophelio?-Pregunté extrañado-¿Qué es eso?
-          Creo… creo que en tu idioma es cielo, hace mucho que no digo esa palabra. No importa, vamos, montemos en el trêzul y vayamos al palacio.

El imponente trëzul estaba devorando en un lado del claro una especie de ratoncillo de campo que había encontrado. Con un silbido agudo, Ashar llamó al majestuoso ave, que desplegó sus alas, tragó el resto del desafortunado animalillo y se agachó para que pudiésemos subir encima. Ashar hizo el mismo proceso que la última vez: Le abrazó el cuello, se lo besó y le murmuró unas palabras que aún seguía sin entender. El pájaro se elevó del suelo y emprendió el vuelo hacia el palacio.
Ya en el aire, la brisa matinal me chocaba en la cara, gélida y cortante como el hielo. Los trêzul de los otros elfos no se parecían en nada al de Ashar: uno era blanco entero, el otro marrón con unas franjas blancas y el último era casi el opuesto, negro y con rayas blancas en las alas.
El precioso palacio se comenzaba a divisar de nuevo a lo lejos. Por la mañana, se podía apreciar mejor todavía que era un árbol.


De repente, una brillante llamarada azul eléctrico, pasó justo por delante de nuestro trêzul. Ashar me miró muy alarmado, giró la cabeza a ambos lados y se quedó mirando fijamente hacia la derecha, así, que dirigí también mi mirada en esa dirección. Para mi sorpresa, un enorme dragón color turquesa se dirigía velozmente hacia nosotros.

-          ¡¡Agárrate lo más fuerte que puedas!! – me gritó Ashar.

Me agarré con todas mis fuerzas al cuerpo de Ashar mientras este continuaba dirección a palacio en línea recta, a la vez que sus cuatro compañeros se quedaban atrás para detener a la enorme bestia.
-          ¡Ashar! ¡Tenemos que volver! ¡Todos se han quedado allí! ¡Necesitan nuestra ayuda! -grité desesperado.

-          Príncipe, se han quedado para que puedas llegar sano y salvo, de una pieza al palacio. No podemos dejar que luchen en vano. Tenemos que seguir, es nuestra misión.

Miré hacia detrás: sólo quedaban tres elfos de los cuatro que se quedaron a defenderme. Uno de los jinetes se dirigió hacia el dragón velozmente, dispuesto a atacar. Pero este, con su potente cola, le dio y le mandó por los aires mientras las gotas de sangre del pobre elfo se veían flotar en el aire. Otro elfo intentó lo mismo, desde arriba, pero el dragón se adelantó a su ataque, le esquivó a la vez que con su gran mandíbula, partía por la mitad al elfo. La escena se veía ya muy lejana, pues el trêzul de Ashar iba muy rápido, pero pude divisar la sombra del último elfo, envuelto en un mar de llamas azules, cayendo al vacio.

Odiaba esa situación…había gente muriendo por mi culpa y tan sólo llevaba un día en aquel mundo.
El dragón comenzó a desplazarse en nuestra dirección. Volaba muy veloz, mucho más que el trêzul de Ashar, pues la imagen de la criatura se iba acercando cada vez más, así que no nos quedaba mucho tiempo para poder escapar, y el palacio todavía estaba lejos. Ashar miró hacia atrás en busca del dragón. Cuando le vio tan cerca se asustó y se agachó hacia el trêzul y comenzó a murmurar cosas. De pronto, las alas del dragón no se oían batir tan fuertes: Se había detenido. Mi cara de desconcierto lo decía todo. Miré hacia abajo y el trêzul había desaparecido. Ashar tampoco estaba, pero yo seguía agarrado a él.

-          ¡¿Ashar?! ¿Qué está pasando?!-le grité.
-          Tranquilo. El dragón no nos ve. He lanzado un conjuro que nos volverá invisibles durante un rato. Lo tengo que usar como última opción, es un hechizo complicado y costoso.
-          Pero, pero… ¿El resto? ¿Han muerto? –pregunté, temiéndome lo peor.
-          Su destino y misión era el de protegerte con su vida. Estarán orgullosos de su cometido sabiendo que han triunfado. Uhïandra les acogerá en su seno con los brazos abiertos. Descansa ya. Casi hemos llegado.

Estaba muy cansado, sí. Pero no me quería dormir. No después del sacrificio de aquellos guerreros. Ashar volvió a murmurar unas palabras y una fuerza inmensa comenzó a tirar de mí hacia abajo, cansándome hasta que me dormí.

La voz de Ashar me despertó. El palacio estaba ya muy cerca. Podía ver las ventanas perforadas en el inmenso árbol. Nunca había imaginado que un árbol así de grande pudiese existir el algún lado. Pero como hasta ahora, todo era nuevo, no me sorprendió tanto. El trêzul comenzó a descender poco a poco.
-          Ya hemos llegado, príncipe. Este es el palacio Tahr’ Allösphera.
-          Es precioso. Hemos llegado antes de tiempo, ¿no?.
-          Así es, debido al encontronazo con ese Drë Ken tuvimos que acelerar mucho el paso por si acaso volvía.

Una plataforma de madera se divisaba en una de las raíces del árbol hacia donde nos dirigíamos. Una vez tomamos tierra, un elfo nos estaba esperando un poco más adelante, al final de un camino.

-          Kanirk, príncipe Nahar- Me dijo el elfo, haciéndome una reverencia.-Espero que el viaje no le haya afectado en absoluto. ¿Dónde está el resto, general Tell’Asharîlpf?
-          Nuestros hermanos han caído en la batalla tras cumplir su cometido contra un drä ken enemigo.

Ashar y yo comenzamos a caminar junto con el elfo que nos había dado la bienvenida. Al final de un camino que rodeaba al árbol, se divisaba una enorme escalera, que ascendía hasta perderse de vista.

-          ¿Tenemos que subir todas esas escaleras?
-          No-dijo Ashar riéndose- Esas escaleras son para los intrusos, por si alguno tuviese la suerte de llegar hasta aquí. Son infinitas, nunca acaban.Ven, agárrate a mí. No te asustes.

Ashar, como ya de costumbre, comenzó a susurrar cosas extrañas que seguía sin comprender. Una rama del árbol apareció desde la copa y, como si de un brazo se tratase, nos agarró a los tres y nos fue elevando poco a poco, como si fuera un ascensor, hasta la parte alta del árbol, donde se encontraba el rey.

Un crack sonó desde el interior del árbol y la rama se detuvo, justo delante de una gran puerta dorada. Era inmensa. En el marco, había una serie de figuras animadas que luchaban entre sí.

-          Lo que tus ojos ven no es producto de tu mente.  Estas escenas narran las Tres Batallas Centenarias. Trata la historia de cómo los elfos luchamos por el bien y contra el mal –Me explicó Ashar al ver mi cara de sorpresa al ver el marco de la puerta- La gran Puerta Dorada representa el límite entre esos dos valores.

La puerta se abrió, dejando por las juntas un gran resplandor procedente de la sala interior. Un gran pasillo con una flamante alfombra roja se abria al fondo dando a formar una gran sala en la que la alfombra acababa en un inmenso trono, también dorado. En el pasillo, por todas partes había unos cuadros de elfos muy viejos. Sus largas y demacradas barbas lo hacían evidente.


Cuando pasaba la mirada por los cuadros, los personajes que se encontraban dentro de los cuadros me saludaban simpáticamente. Estaba sorprendidísimo por lo que mi vista me regalaba. Desde que llegué al lago, todo era diferente. Quería ver al rey para poder decirle que yo, simplemente era Jack Morrison, no un heredero a un trono elfo, que ni si quiera yo era de su raza. Por mucho que lo pensase, no lograba entender qué hacía yo en ese lugar tan sumamente raro, por lo que esperaba que el rey me diese alguna explicación.

Los dos soldados que aguardaban en el ensanche del pasillo abrieron el camino y nos escoltaron hasta media sala. Una vez allí, el rey se levantó y todo ser que se encontraba en la sala, se arrodilló. Obviamente, yo también me arrodillé ante la presencia del rey, el cual, por sus pasos se oía que iba bajando del trono hasta donde nos encontrábamos.

-          ¡Niuvësk Haz’ Andräyish! –dijeron todos los elfos al unísono.
-          Levantaos, príncipe Jack Nahar Syrum. Bienvenido a casa, hijo.

Sentí como una lagrima me bajaba desde el ojo derecho y otra dichosa gotita salda venía del izquierdo. Esa voz me había destrozado completamente el alma. Conocía demasiado esa voz y era totalmente imposible. Llevaba tres años sin escuchar esa voz. Alcé la vista para cercionarme de que esa voz, pertenecía a la persona en la que yo estaba pensando. Esa persona que me fue arrebatada en por una montaña. Por lo que subí la vista.

Y allí estaba el rey. Ahí estaba mi padre.